jueves, 18 de marzo de 2010

CÓMPLICE



Y a medida que en sus manos pequeñas se le reducía el espacio, a medida que su sonrísa hería de muerte la mía, mis extremidades se quedaban inmóviles ante lo que hoy en día sé que es una atrocidad. Entre mis labios abiertos se colaron los mil y un deseos que había pedido cada noche, y en mis ojos se duplicaron nuevamente esas escenas.
La estrella, lo que quedaba de ella, se dejaba entrever entre los dedos rechonchos de aquel niño, como si su etérea masa tratase de huir de forma desesperada de aquellas garras. Solo es un niño, me dije. Pero el caso es que la ví morir; la ví tintinear con la fuerza de un grito para después hacerlo discontínuamente hasta terminar apagándose y desmigarse en polvo gris.
Y yo me quedé mirando.
Como si no fuese nada mío.
Como si no me importase nada.
Eso quizá me convirtió en cómplice. O me hizo sentir como tal.
Y lo único que pensé en ese momento fue en si podría seguir pidiéndoles deseos a las estrellas después de aquello...
...Sin tener en cuenta siquiera que necesitaba de ellas mucho más de lo que yo creía.
Desde entonces el cielo negro de Madrid me ha denegado la entrada... Supongo que para esto también existe una edad,¿no?


1 comentario:

galmar dijo...

Qué tristeza con tus palabras! Con lo hermosas que son las estrellas! Aunque si lo pensamos bien, siempre están, aunque no las veamos:) un abrazo grannnde:)